Politizando el cine: "Sound of Freedom"
La película protagonizada por Jim Caviezel ha tomado por asalto la taquilla estadounidense. Pero lo más interesante es la "batalla cultural" suscitada y cómo viene contribuyendo a su éxito comercial.
No era para menos. Los temas que toca el filme -pedofilia y tráfico humano- son ya de por sí controversiales (y más para los estadounidenses, como sugiere el caso “Pizzagate”). Además de eso, el filme “Sound of Freedom” fue producido y protagonizado por conservadores activistas que se han encargado de presentar su reciente estreno como un nuevo capítulo en la “batalla cultural” de la Nueva Derecha.
Y como para cualquier batalla se necesitan dos bandos, la prensa corporativa “liberal” ha recogido el guante arrojado por la Nueva Derecha, rechazando de plano y criticando ácidamente la producción del mexicano Eduardo Verástegui, a quien volveremos más adelante.
La crítica de varios opinólogos de medios estadounidenses “liberales” -el adjetivo es discutible-, como el Washington Post, la CNN, Rolling Stone, etc., señala que el filme difunde afiebradas “teorías de conspiración” de Q-Anon, un movimiento conservador estadounidense -de enorme interés antropológico- que se formó a partir de los mensajes anónimos de “Q”, un presunto insider del “Estado profundo” y las agencias de inteligencia militar estadounidense que, llevado por sentimientos patriotas -o al menos eso dice-, estaría revelando los secretos más oscuros del establishment y, particularmente, los del establishment “liberal”.
En esta cosmovisión, Donald Trump es el caballero blanco (y cristiano) que llegó a “drenar el pantano”.
“Q” no suele ofrecer evidencias y sus seguidores no suelen necesitarlas (pero eso no significa que la pedofilia de élite no exista, o que sea un fenómeno raro o excepcional, como sugiere la cobertura periodística mal llamada liberal). En el universo de “Q-Anon”, la “izquierda” -es decir, Hillary Clinton, Joe Biden, el Washington Post, el New York Times y la CNN- son cómplices de abuso infantil o, en el caso de los medios periodísticos, se rehúsan a denunciarlo como correspondería.
Pues bien, el asunto es que al rechazar de plano el filme -y burlarse socarronamente de su potencial audiencia (ver foto abajo)- el liberalismo mediático estadounidense aceptó el desafío conservador-, y entró de lleno en su “batalla cultural”.
Como resultado, “Sound of Freedom” ha recibido una gran cantidad de cobertura mediática, lo que -como bien sabe Donald Trump- cuenta como publicidad gratuita. No importa tanto que sea negativa o ambigua. Así ganó Trump: lo odiaban tanto que no podían dejar de hablar de él.
En esta astuta táctica de márquetin -la politización más bien banal de una producción cinematográfica-, radicaría el éxito de taquilla de “Sound of Freedom”.
En las salas de cine que proyectan la película, la audiencia es invitada a comprar entradas para completos extraños que no puedan pagar el boleto. Y eso sería encomiable si la película creara consciencia, pero como veremos abajo, la producción no va muy lejos en ningún aspecto y la táctica más parece destinada a vender taquilla. Con el mismo Donald Trump promocionándola, muchas organizaciones civiles y religiosas han comprado entradas al por mayor.
El filme, que costó $ 14 millones, ya ha recaudado más de $ 80 millones y sigue llenando las salas de cine estadounidenses.
Pero en su afán por darle la contra al conservadurismo -como si se tratase de un acto reflejo-, la prensa liberal ha caído en un error en el que ya es experta: negar las verdaderas dimensiones de la pedofilia y la trata de niños con conexiones de élite, una realidad innegable.
La esclavitud, de todo tipo, es mucho peor hoy que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, pero al establishment no le gusta mucho que se hable de eso, pues hace que su statu quo no se vea muy bien que digamos. Este statu quo se basa, en parte, en una ilusión de modernidad, legalidad y progreso humano; en ilustración, valores humanistas y todo el rollo que la propaganda occidental y el imperialismo estadounidense usan para hacerse pasar por poderes legítimos y representativos de una cultura.
El asunto de la pedófilia de altísimo vuelo, encubierta sistemáticamente por la ley y una prensa servil e inoperante, y un mundo lleno de niños destruidos por el abuso y la esclavitud sexual, podría soliviantar a las masas, llevándolas a preguntarse si no habrá que hacer cambios radicales en la forma cómo funcionan nuestras sociedades.
“Este mundo no es este mundo”, le dijo un sobreviviente de Auschwitz al investigador Robert Joy Lifton. Las apariencias están muy lejos de representar la realidad del mundo humano. La oscura podredumbre en las bases mismas del sistema tiene que ser ocultada, es el fundamento del statu quo. Abrir los ojos llevaría a cualquier persona decente a desear algo completamente diferente, es revolucionario.
El filme, en sí mismo
“Sound of Freedom” no resalta cinematográficamente. Es una película de argumento simple, sin ambiciones artísticas o de autor, con una producción de bajo presupuesto y un mensaje eminentemente emocional que peca de elemental.
Lejos de denunciar la pedofilia instalada en el poder, presenta la trata y el abuso infantil como fenómenos tercermundistas, protagonizados por delincuentes comunes, con centro en áreas “liberadas” por el crimen organizado y el narco, como la selva colombiana. En el filme, los pedófilos estadounidenses son arrestados por el protagonista, Tim Ballard, y sus colegas, pero la pornografía que consumen se produce fuera de su país. Por eso, los agentes del Department of Homeland Security estadounidense y Ballard se sienten frustrados: no pueden arrestar a los productores de la pornografía ni salvar a sus víctimas, pues viven fuera de su jurisdicción. Y claro, los agentes del gobierno estadounidenses son presentados como gente particularmente noble e intachable.
Ballard renuncia a su agencia y, en lugar de buscar a los tratantes y pedófilos en su propio país, se va a un exótico y estereotipado tercer mundo a solucionar el problema.
Todo eso es absurdo e innecesario, pues EE. UU. tiene sus propias redes de pedófilos y tratantes, y la película no necesitaba llevar el tema al tercer mundo, dando la falsa impresión de que la trata de niños y la pedofilia son asuntos de sociedades subdesarrolladas y gobiernos disfuncionales. Recordemos que las cabezas de los últimos gobiernos de la muy funcional nación yanqui -demócratas y republicanos- viajaban en el Lolita Express de Jeffrey Epstein.
Sí, Trump, el que iba a drenar el pantano, también volaba con Epstein.
En lugar de tratar el fenómeno en EE. UU., acercándose a sus causas estructurales y señalando que hay peces gordos, de saco y corbata, que lucran de la pornografía infantil y la trata, Tim Ballard, el heroico protagonista, viaja a Latinoamérica a rescatar a una sola niña, la hermana de un niño que había rescatado previamente a quien le tomó cariño. El resto de esclavos, niños y adultos, se quedan pudriéndose en el mismo campamento narco.
Pero la aventura del protagonista también resulta inverosímil -se infiltra en un campamento de narcotraficantes en medio de la selva amazónica, asesina al líder y rescata a la niña-, aunque la película dice estar basada en “hechos reales”. El Tim Ballard real trabajaba en una empresa privada dedicada a rescatar niños, y sería lógico asumir que el rescate de la película se basa en las actividades de este grupo, pero la historia no resulta verosímil ni parece representar actividades que realmente pudieran frenar la trata y el abuso infantiles o, siquiera, exponer sus características más importantes.
En cambio, la investigación y exposición seria de la trata y la pedofilia se ve más o menos así (el asunto llega a lo más alto del poder “legal”, no hay que ir a campamentos selváticos de narcos):
A Lydia Cacho la amenazaron de muerte, secuestraron y toruraron por meterse con pedófilos mexicanos poderosos y sus redes de trata y abuso sexual. El productor de “Sound of Freedom” -Eduardo Verástegui- dice haber recibido amenazas por su filme, lo que resulta raro porque su película no se mete con figuras públicas, empresarios o políticos de ninguna importancia. Los malos son narcos anónimos y caricaturescos metidos en toda clase de crímenes, casi casi delicuentes comunes y callejeros.
En lo puramente estético, “Sound of Freedom” parece haber tomado demasiadas fórmulas de las series de narcotraficantes y crimen organizado que abundan en Netflix, ofreciendo muchas escenas y personajes que no son más que refritos y estereotipos de la cultura latinoamericana.
En suma, “Sound of Freedom” -que tiene a su favor el hecho de llevar un tema muy importante y muy sensible a la pantalla grande- es una película que normalmente hubiera pasado desapercibida, pero que se ha sabido marquetear aprovechando la coyuntura política y la tan de moda “batalla cultural” conservadora.
Redes conservadoras y márquetin taquillero
Hace unos días vi que el propagandista conservador argentino Agustín Laje había publicado en sus redes sociales una entrevista con Verástegui (el productor) y el mismo Jim Caviezel (el protagonista del filme), y me pregunté con mucha curiosidad, ¿qué tenía que ganar Laje al hablar de esta película?, o, ¿cómo planea usarla para atacar a lo que él designa como “progresismo”?, ya que a eso se dedica y nunca tocaría un tema que no cumpla con el requisito de servir para atacar a sus enemigos políticos.
Pues bien, Laje y Verástegui pertenecen a los mismos círculos de activistas conservadores con conexiones con la política estadounidense -y el Pentágono (ver abajo)-, y esa es la gran red que ha promocionado esta modesta producción cinematográfica, de la que no estaría escribiendo si no fuera porque supieron marquetearla insertándola en el ámbito de su “batalla cultural”.
Verástegui es el presidente y organizador de la versión mexicana de la “Conferencia de Acción Política Conservadora”, creada por el Partido Republicano de Estados Unidos. Y también pertenece a varias organizaciones “pro vida” y de defensa de los valores familiares.
Verástegui aprovechó al máximo su red de contactos. ¡Bien por él!
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